La Perinola

Como en un juego la vida da y quita. Pero la perinola es accionada por fuerzas absolutamente humanas. Pensar la realidad cotidiana es el objeto de estos apresurados apuntes críticos.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Antropología y corporeidad. Cirugías del alma, cirugías de piel.


Ciertas concepciones ideológicas desarrollan prevenciones exageradas hacia las intervenciones quirúrgicas estéticas. Nada habría que cambiar en función de esta posición extrema, aunque a poco de andar advertimos que quien sostiene tal posición lleva en su boca implantes o prótesis que embellecen una sonrisa desvastada por el tiempo. Es una intervención minúscula pero no encontraríamos a persona alguna que no se tiña su cabello o que no hermosee su uñas con algún color o brillo. Acompaña esta mirada denegatoria de la cirugía estética una militancia almática que enfatiza la importancia trascendental de esta dimensión frente a lo efímero y superficial de la belleza corporal.
Yo defiendo una posición diferente: creo que intervenir científicamente los rasgos corporales que siento que me afean constituye una poderosa caricia para mi alma. Yo soy esta subjetividad psicológica que se expresa o que es este cuerpo. Piel y alma son dos momentos de una misma intensidad energética, corporal. Mi cuerpo alimenta mis pensamientos, la belleza de mi rostro hace que mis sentimientos y emociones sean más bellas sin necesidad de acudir a mistificaciones o racionalizaciones sublimantes.

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viernes, 21 de noviembre de 2008

Filosofía de la corporeidad. El animal que calza. (1)

1 ) El pie y la sandalia.
En el ser humano el pie remite a su pertenencia biológica desde la teluria. El carácter prensil del pie es una referencia inequívoca a la filogénesis del animal humano: una misma cadena genética nos vincula a las formas vivientes cada vez más, a partir del contacto sensual con la tierra. Por más que la técnica, inherente sustancialmente al ser humano, pareciera desvincularnos de los otros entes y seres de una naturaleza a la que también pertenecemos, ninguna complejidad tecnológica es suficiente para arrasar con la hermandad que nos une a todo lo existente: el árbol, el animal y el ser humano son genéticamente fraternos. La cartografía de nuestro código genético nos revela asombrosamente semejantes a todo lo viviente.
El pie, en el humano, como queda dicho, es la ostensible marca del acatamiento del imperio de la Tierra, es la raíz que lo añade al humus primordial, al barro cósmico que le ha servido de entorno amigable para su evolución a partir de los primitivos protozoarios.Lentamente procuraré alcanzar el sentido de lo femenino y lo erótico a partir de la sandalia, visto como un objeto tecnológico que marca, sin desvincular de la biología y la animalidad, la transición hacia el mundo de la espiritualidad erótica.

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miércoles, 19 de noviembre de 2008

El animal tecnológico: ontología de la artificialidad.




Los etólogos refieren del uso incipiente de artefactos por parte de los animales. Prolongaciones exosomáticas mejoran las prestaciones que el software instintivo confiere a la pura biología. El ser humano potencia esa artificialidad hasta volverla una segunda naturaleza, una dinámica naturaleza que se modifica rápidamente con la puesta a disposición de las necesidades y los deseos de nuevos artilugios. Por cierto que existe una comprobación diacrónica de esta progresiva artificialización de lo humano (que va desde la primera piel que utiliza para cubrirse del frío hasta los más sofisticada invención electrónica del presente. Pero también existe una suerte de reinvención de lo humano que, sin ser una mutación (puesto que como dijimos la técnica nos acompaña desde la caverna), supone una proliferación e intensificación de esa artificialidad. Se es artificial desde el útero materno a través de la alimentación tecnológicamente mejorada o a través de estudios e intervenciones intrauterinas.
De manera que el naturalismo bucólico de quienes bregan por una suerte de vuelta a la naturaleza sostienen una posición temerariamente reaccionaria e involutiva, porque siempre las técnicas (aún las más simples de utilizar piedras para romper frutos) nos acompañaron, aunque con el inconveniente de que el primitivismo y precariedad de esas tecnologías no eran suficientes para hacer que la vida humana alcanzara la potencia que la intensificación tecnológica promueve en el ser humano. La distribución inequitativa del uso de las tecnologías es una cosa absolutamente distinta y en nada contradice a esta pequeña (pero concluyente) verdad que tan escuetamente intentamos exponer.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Biopolíticas amorosas.


La custodia de la sociedad acerca de mis decisiones se hace insoportable. Un gran Padre, una gran Madre biopolíticos que velan por mi vida biológica, y desde allí, deducen la naturalidad de mi moral, es decir la vía natural para que continúe siendo lo que soy. Me cuidan para que no me autoinflija daños corporales ni me aparte de los buenos modales. Me quieren ver bueno a toda costa, con una benevolencia universal conmovedora. Me cuidan de lo que tomo, de lo que como, de lo que toco. Una poderosa motivación amorosa guía a esos grandes padres anónimos o descentrados, porque no hay un centro único del cual mana su amorosa prodigalidad. Por todas partes (aún dentro de mi mismo) está distribuido ese dulce biopoder que me custodia el cuerpo, esa mansa bioética que me protege el alma. Hay tanta bondad en ese amor-poder difuminado capilarmente que se me hace casi imposible sentirme solo y encontrarme íntimamente conmigo mismo. Siempre algún dispositivo cariñoso se interpone entre mis deseos y lo que debo hacer. Esa mano humanitaria rompe las cuerdas flojas y cuando no puede esconderlas me pone redes densas, poderosas que me impiden desaparecer. Siempre me contienen. Me ponen cinturón de seguridad cuando voy en mi automóvil, me maniatan para hacerme libre. Por doquier me instilan gotas que protegen mis órganos íntimos. Me siguen con la parafernalia cibernética para evitar que algún día se me cruce por la cabeza la impía idea de suicidarme, aún cuando alguna enfermedad haga mi vida insoportablemente indigna de ser vivida

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domingo, 9 de noviembre de 2008

La recuperación emocional de las desventajas de la discapacidad.


Las discapacidades son una advertencia siempre presente de la lotería genética. Minimizar o soslayar su ominosa vigencia depende de no comprar el billete ganador. Son varios los expedientes biotecnológicos que apuntan la evitación de sus resultados dolorosos. Una eugenesia que pone en obra la decisión exclusiva de los padres. (Alguien podría objetar que el deseo de no tener hijos con discapacidades constituye una construcción histórico- cultural que de ninguna manera puede actual como norma universal).
Pero más allá de aceptar que la época y la sociedad imponen patrones corporales de normalidad física y patrones de soportabilidad psicológica o espiritual, pareciera ser que la mayoría de los seres humanos a la hora de engendrar un niño deseamos que el mismo rinda los estándares de normalidad onto y filogenética. Habría por lo menos dos grandes determinantes para justificar la legitimidad moral de tal expectativa: a) las oportunidades de desarrollar una vida más o menos feliz está vinculada fuertemente al conjunto de aptitudes corporales y psíquicas con la que contamos los humanos y b) la organización y felicidad familiares se ven drásticamente menoscabadas cuando se tiene que afrontar la crianza de un niño desaventajado en el sentido que lo hemos indicado.
Por cierto que la singularidad de lo humano sólo nos permite presentar esto como tendencia epocal. Nadie resta valor a las decisiones de aquellos padres que anoticiados de una severa discapacidad que afrontará de por vida el hijo por nacer persisten entre resignados y dichosos con la continuidad de un embarazo. Por cierto que es mucho más comprensible la conducta amorosa de quienes tienes que asumir ese tipo de crianza tan restrictiva y permanentemente delatora de algunas dificultades de socialización y/o de continuidad viviente cuando se trata de enfermedades que sumen al individuo en una precariedad vital permanente.
Se trata apenas de confrontar respetuosamente con los argumentos que están detrás de estas situaciones que no dudo, en mi caso, de denominarlas dolorosas. Si la argumentación que sostiene la conducta de quien defiende la corrección de la decisión tomada esta fundada teológicamente, por lo menos podríamos objetar la injusticia y la arbitrariedad que tiene un dios que consiente nacimientos aleatorios de seres con algún tipo importante de discapacidad.
Si el posicionamiento se funda en cierta antropología de la angelidad y de la inocencia, la cosa es un tanto más compleja pues se trata de una reformulación sui generis de lo que se entiende por felicidad y realización humanas. Pero de todos modos podríamos añadir que la realización de la especie humana parece hallarse fuertemente vinculada a la actualización de potencias antropológicas que nos separan tajantemente de los animales y de los conjeturales ángeles. El carácter especial que asumen ciertos individuos que padecen algunas discapacidades no debería ser enjuiciada desde la empatía y la emoción, pues difícilmente hallaríamos personas tan notoriamente cínicas que sienten rechazo por las tipologías por ellos encarnadas. Es difícil no emocionarse ante las performances de individuos discapacitados tratando de hacer (generalmente de un modo muy deficiente) las rutinas habituales de la especie humana. Pero ello no quiere decir que en esas realizaciones no quede por llenar una importante cesura que desde la discapacidad jamás podrá ser llenada.
He visto conjuntos o individuos que procuran llevar a cabo la misma actividad artística que cumplimentan los individuos corrientemente dotados y en rigor, cuando la emoción nos embarga frente a la dificultad que exhiben para darle cumplimiento, estamos reconociendo que la plenitud psíquico-somática es preferible a cualquier grado de su menesteroridad o insuficiencia, porque la desventaja supone un esfuerzo inhumano para remedar como desprolija copia lo que sin ninguna esfuerzo hace el individuo corriente menos talentoso.

domingo, 2 de noviembre de 2008

La violencia visible y la violencia exculpada.


Los medios de comunicación presentan enfáticamente un insoportable clima de inseguridad. No hay margen para desatender esa violencia que troncha existencias, que mutila futuro. Pero son pocos los casos para que el espacio mediático se sature de esa protesta absoluta, omnipresente, amenazante. Solo miedo y bronca deriva de esa presentación exagerada, hiperbólica. Los voceros de ese miedo que se vuelve amenaza, amonestación, griterío son respetables y visibles ciudadanos. La verbalización de su reclamo se vuelve político porque los custodios de la gobernabilidad hacen suyas quejas que expresan el sentir que quienes configuran el soporte material e ideológico de su propia razón de ser. Pero la otra violencia, la capilarmente extendida por toda la sociedad bajo la forma universal de la desocupación, el subempleo, los magros salarios, la exclusión, la marginalidad aparece absolutamente soslayada. Y es tan enorme esa violencia que se perpetra contra la vida de niños condenados de antemano a la miseria y a la inexistencia social, contra los anhelos y deseo de millones de jóvenes que deben ver la vida de reojo, contra la decrépita vida de quienes han pasado ya gran parte de su vida en el olvido y en la barbarie, que parece increíble que exista tan poca violencia visible, tan poca violencia que vulnere vida y bienes de los vecinos honestos, tan escasa casuística para la hipervisibilización violenta que los medios de comunicación, ávida y quejosamente exhiben como esperando que su denuncia genere finalmente una caza legal de los insociales, de los peligrosos virus que gangrenan el cuerpo de la sociedad.
 

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