La Perinola

Como en un juego la vida da y quita. Pero la perinola es accionada por fuerzas absolutamente humanas. Pensar la realidad cotidiana es el objeto de estos apresurados apuntes críticos.

viernes, 27 de marzo de 2009

El poder con Susana Giménez o la profecía de la muerte de los monstruos.


No conozco in extenso la carrera ¿artística? de Susana Giménez. Soy dueño apenas de algunas imágenes de su larga y anodina película vital. Como cualquier argentino, he visto a la hora del descanso, segmentos de un programa donde la señora lee meticulosamente todo todo todo todo lo que pregunta a sus entrevistados, demostrando cierta incapacidad intelectual (o por lo menos un déficit para la construcción inteligible de enunciados de sentido común). Sin embargo su vigencia como diva o estrella en el firmamento del cielo nacional es sostenida por los propietarios de los medios de comunicación que, de rebote, la erigen en referente social contribuyendo al eclipse sistemático de la capacidad de pensar críticamente. Eso es lo lamentable. Su centralidad, su fortuna, su remuneración, sus ganancias, la idolatría de la que es objeto: ese es el problema. Porque en rigor, lo que ella expresa insuficientemente en su programa no debería ser tomado más que como la mala actuación de un pésimo libreto. Pero…las estrellas que enmarcan su rostro siempre retocado por el photoshop, hacen de ella un gurú al que cotidianamente los dueños de la riqueza y de la agenda mediática (los inventores de la realidad) acuden como si se tratara del testigo oficial de esta realidad superlativamente mediocre en la que nos hundimos.
Susana habla de la pena de muerte y de los derechos humanos, y su poderosa voz genera un eco atronador en los aposentos de una realidad fuertemente construida desde lo mediático. Y entonces nos vemos involucrados en un controversial tsunami de opiniones carentes de solidez, de rigor y de vergüenza. Por todas partes aparecen los profetas de la moral y los dueños de la decencia, aparecen los custodios de la verdad y los gendarmes de un orden que se ha perdido.
Una ficha esencial del dominó del poder se cayó desatando un efecto imprevisible. Y los dueños de la realidad cierran filas para autoprotegerse, porque el efecto dominó se inició prohijado por el poder anestesiante, y no es cuestión de permitir que algún outsider se atreva a desnudar los hilos que sostienen a los triviales fantoches, que desde la caverna gritan cotidianamente!! Esta es la única verdad!!
No asusta Susana reivindicando la pena de muerte y sustrayendo derechos humanos a los que delinquen: lo que aterra es que el sistema todopoderoso sostiene a la pitonisa por cuya boca se profetiza la necesidad de una mano más dura para retornar las cosas a la supuesta pureza de los orígenes.

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jueves, 19 de marzo de 2009

El animal artificial.


El animal humano se ha construido a lo largo de la historia como un animal artificial. Sólo un hipotético ser humano con una severa discapacidad mental y abandonado a su suerte moriría desnudo. Apenas la capacidad acompaña a la voluntad humana este singular animal comienza a construirse potenciado, artificializado, protésico. Se viste, difiere la desnudez para re-vestirla de deseo erótico. Una mínima prenda, una textura en el género, etc. basta para artificializar la desnudez humana.
Emancipado de la necesidad extrema lo artificial deviene estética: ya no se trata de sobrevivir sino de sobrevivir cualificadamente.
Son categorías interesantes para entender los cotidianos procesos de animalización a que son sometidas multitudes populares a lo largo y ancho del planeta. Admitir la pura vida animal como la resultante de generosas políticas de gestión biopolítica supone una defección en la rebeldía del deseo que nos caracteriza. Nuestra animalidad no consiste en el regocijo en la zoología, sino la instalación gozosa en la antropología, es decir en la animalidad racional, en la animalidad que posee una forma de vida que lo emancipa de la animalidad que termina la vida en la desnudez absoluta, como el animal que a lo largo de la historia hemos sabido trascender en la inmanencia de nuestro devenir terreno.

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