La Perinola

Como en un juego la vida da y quita. Pero la perinola es accionada por fuerzas absolutamente humanas. Pensar la realidad cotidiana es el objeto de estos apresurados apuntes críticos.

sábado, 11 de julio de 2009

La fobia antinominalista.





"Debe existir algo detrás de los nombres. Algo que subyace y permanece idéntico." Este es el lema esencialista. La fobia apunta a la negación de la contingencia. El amor no puede estar en las palabras. El amor es una esencia; jamás puede ser un constructo semántico.
Pero la gozosa realidad es que la palabras dicen el amor. El amor se agota en las palabras y en el subsecuente hecho que esas palabras instauran. Más allá de lo expresado por el discurso el amor es impotencia, fracaso o nihilidad. En efecto, ¿cuál es el ser y el valor de un amor no declarado jamás?. "Yo te amo", es una expresión performativa que instaura la totalidad del amor.
Estamos diciendo que los hechos y el discurso se hallan genuinamente vinculados. Estamos diciendo que no hay un plus de significado que trascienda las palabras: una hipóstasis nunca enunciada, pero siempre ontológicamente poderosa.

Se podría refutar la concatenación que efectuamos (entre hechos y discursos) alegando que las palabras suelen esconder intenciones arteras o ser puras promesas vacuas. Pero prestemos atención que aún en este caso, las palabras están instaurando la realidad: en este caso instaurarían una realidad viciada, falsa, pero siempre vinculada a la palabra enunciada.

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viernes, 10 de julio de 2009

Filosofía de la corporeidad. El animal que calza (11)


La chinela (mule) disuelve prejuicios. La desnudez comienza en la tierra. Un delgado lazo aferra al pie a la seducción estética. Pero fuera de la tecnología de la belleza el pie se exhibe sin proscripciones ni mandamientos. Satánicamente sagrado el pie deja al descubierto el nombre de la subjetividad. No hay disimulos ni complejos. No hay mojigatería. Todo es piel expuesta a los elementos. A la lengua del sol que lame el empeine y madura el racimo frutal de los dedos. La pierna cruzada deja que el pie juegue displicente, inconsciente con la diminuta prenda que marca la mínima separación entre la animalidad y lo antropológico. Se hamaca la ojota entre los dedos juguetones. La malicia y la inocencia se conjugan en esos movimientos que solo la chinela condensa. Curiosa hibridez entre lo público y lo privado. La chinela calza para el dormitorio y desviste para la calle. Sensualidad y comodidad se funden en su modesta concepción ergonómica. Besan sus tiras los ojos del que descubre la feminidad asida al suelo, como deseando el suave polvo que se desliza entre la suela y la carne que se sabe deseada.

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