La Perinola

Como en un juego la vida da y quita. Pero la perinola es accionada por fuerzas absolutamente humanas. Pensar la realidad cotidiana es el objeto de estos apresurados apuntes críticos.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tinellí: entre la aberración y la censura.







Poco es tan odioso como la censura, porque en su forma más ominosa se llama muerte, desaparición, encierro, exilio. De manera que pensar la agencia de la censura es pensar la monstruosidad. La repugnancia que genera esta forma legal y soberana de la prohibición eleva a su condena a un grado de universalidad que induce evidentes efectos paradójicos: torna relativo el objeto censurado. La censura es tan aberrante, que su ejercicio por parte del censor, absuelve a todo censurado, a todo asunto cuya afirmación o comisión culmina en alguna de las formas de la censura.
Pero deberíamos convenir que existen actos atrozmente aberrantes cuya prosecución, difusión y elogio ameritan su inmediata censura, su urgente cesación. En efecto, nadie podría alegar como ilegítima la censura que recae sobre la apología del racismo, del genocidio, del sexismo, etc., porque se tratan de negaciones ontológicas vaciadas de todo valor antropológico emancipante.
En ese sentido, se debería fomentar desde múltiples instancias institucionales –políticas, jurídicas, educativas, etc.- una profunda discusión en torno a ciertas actividades fuertemente formadoras de subjetividad, por caso, la difusión multimedial, fundamentalmente la televisiva. Un caso paradigmático es el fenómeno de la tinellización de la televisión. Sería enriquecedor un debate que gire, no en torno a la procacidad del lenguaje, a la vulgaridad y liviandad de su propuesta estética, porque finalmente puede ser una de las formas de la diversión, sino alrededor de la violencia simbólica que conduce y prohija el propio Tinelli, formas de violencia que pueden verse como rozando la comisión de actos tanto más atrozmente aberrantes cuanto se los ve desplazarse con indiferencia, naturalizando la monstruosidad de las conductas que atentan contra las garantías y derechos elementalísimos de las personas.
No creo que se debería censurar a Tinelli, porque incurriríamos en una conducta antipática para una enorme mayoría de personas que disfrutan de esa programación, a la manera de un anestesiante contra el dolor cotidiano de vidas embarcadas hacia la nada. Pero de lo que estoy seguro es, que todo amante de la democracia debería alertar acerca de los rasgos aberrantes que, cotidianamente, el líder del rating del espectáculo televisivo pone en su concurrido escenario.

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