El poder es belleza. Desde
tiempos inmemoriales el poderoso vinculaba sus apetitos eróticos a las personas
más bellas. Más allá de la sociología de la belleza, que describe una miríada
de formas de la belleza corporal, parece haber un fuerte consenso alrededor de
que algunos caracteres morfológicos y funcionales han sido tenidos por feos. Es
a esa fealdad a la que el poder exilió de su jardín de los placeres.
En rigor,
la brutalidad que asumieron ciertas biopolíticas a lo largo de la historia
humana, nos conmina al recato, porque señalar formas de la fealdad implica
acercarse a una línea muy delgada, fácilmente traspasable, que nos conduce al
ominoso universo de la discriminación y de la brutalidad irracional.
Pero no
deberíamos confundir los planos a la hora de explicarnos los sentimientos que
generan en nosotros lo bello y lo feo. La repulsión por lo feo es un
aprendizaje social: los valores estéticos vigentes en una sociedad, o en un
grupo, determinan aversiones que, en otras sociedades no existen. Es por ello,
que hablar de la fealdad (o de la belleza) sin su debida contextualización es
ingresar en un terreno de devaneos metafísicos incontrolables. Se es bello o feo en una determinada cultura.
Los antecedentes genéticos que determinan malformaciones físicas o minusvalías
mentales deben ser pensados en el marco de otros presupuestos morales, que no puedo considerar aquí. De todas formas, en general, las sociedades han sido benevolentes con las personas aquejadas de una
u otra forma de deformidad: allí se reveló el temple espiritual de las mismas.
La especie humana es la única
especie animal que se auto transforma. Las demás especies, según los
conocimientos que nos proporcionan las teorías evolucionistas, mutan de acuerdo
a ciertos cambios aleatorios en su estructura
genética. Ya sea que esto se produzca gradualmente o intempestivamente, lo que
resulta indiscutible es que se trata de algo que <le pasa a la especie>,
es decir se trata de procesos en los que los individuos pasivamente van
acumulando en sus organismos pequeñas mutaciones sin que su participación
activa y voluntaria tenga protagonismo alguno. En cambio, el animal humano se
cambia a sí mismo. Es muy difícil decir que el humano contemporáneo es idéntico
al Hombre de Neanderthal. Y lo que nos distingue de nuestros antepasados, en
gran parte ha sido fruto de un proceso de auto evolución, de auto
transformación, vinculado a nuestra mayor capacidad de pensamiento que nos
permitió acumular conocimientos y concebir biotecnologías que impactaron en
nuestra configuración general.
Los procesos estéticos posibilitados por la tecnología reconfiguran, potenciando, la belleza (entendida como lo hegemónicamente gustado en una época,
sociedad o grupo dado). Sabemos que la masividad y la homogeneidad de la información hacen
que lo hegemónicamente bello se confunda con lo natural o esencialmente bello.
Lo antropológicamente oneroso (e imperdonable) de tales intervenciones corporales genera diferencias considerables
en la belleza (hegemónica) que ostentan unas y otras clases sociales. La
fealdad (hegemónica) construida por la injusticia y la exclusión termina siendo
otro signo social para marginar y
criminalizar a los sectores de menores recursos que no tienen ni
siquiera acceso a la alimentación mínima que requiere el mantenimiento de la
salud.
Pero lo cierto es que lo bello no tiene porque ser esencialmente atacable. Creo que se trata de uno de los
errores típicos en que han incurrido los movimientos revolucionarios al
identificar lo bello con los sectores dominantes y lo feo con lo popular, tal como lo popular existe en las condiciones
inicuas de las sociedades que deben ser transformadas. Pero en la sociedad
revolucionaria la belleza hegemónica no tiene porque verse como un déficit,
como una pesada cruz que no se puede sacar de encima la élite: la belleza tiene que ser expandida, comunalizada,
socializada. Todas las personas tenemos derecho a la belleza en la medida que
nuestra especie es capaz de auto-transformarse en generosa magnitud. No se
trata de impugnar el modelo de belleza y hacer de lo bello el blanco de ataque por nuestra frustración social, por nuestra lícita indignación por existir en condiciones
materiales tan desventajosas. Se trata más bien de construir belleza, de hacer
que todos y cada uno de los seres humanos nos acerquemos más y más a los
ideales hegemónicos de belleza. Esos ideales que nos hacen sentir mejor con nosotros
mismos momentáneamente (finalmente los humanos nos acercamos al goce a través de la brevedad de la existencia), aunque finalmente el tiempo habrá de mostrar que emergerán otras formas de
concebir la belleza en función de transformaciones ideológicas, subjetivas,
políticas, humanas, así como de las condiciones tecnológicas para su posibilidad.
Etiquetas: belleza del alma, emancipación., fealdad, tecnología de la lujuria