La Perinola

Como en un juego la vida da y quita. Pero la perinola es accionada por fuerzas absolutamente humanas. Pensar la realidad cotidiana es el objeto de estos apresurados apuntes críticos.

martes, 19 de mayo de 2015

Cuerpo y palabra.
Las palabras construyen el mundo, trazan las cuadriculas de lo real y hacen posible el intercambio de ideas. Por eso la posesión de la palabra resulta tan relevante. Nombrar las cosas nos adueña de ellas y mientras más límpidamente se pronuncien los nombres, más exclusiva y hegemónica se torna la posición del emisor. La solidaridad verbal, el compromiso intelectual están hechos de esta sustancia discursivo-ontológica y la precisión- elegancia del decir ilustrado opera como un artefacto que aumenta y potencia el prestigio del enunciador. Quienes detentan la lengua de la realidad son, naturalmente, los apacentadores del ser y se les reservan los lugares luminosos para hacer visible a los balbuceantes el esplendor de la verdad del ser.
Sospecho que más allá de la palabra sintácticamente perfecta late la carne con su lenguaje orgánico, con su lenguaje de vísceras. Creo que más acá de la palabra dolor hay algo indecible que recorre el delta neuronal transportando los heridos residuos de la piel. No postulo un dualismo ontológico, postulo una realidad corporal que no se deja atrapar enteramente por la palabra: la ira, el grito, el llanto traducen un acontecer subterráneo en el que no existen jerarquías, prelaciones, supremacías.  
Inversión radical y revolucionaria o más alisamiento definitivo de las pirámides jerárquicas del dolor. Un ligero y leve montaje de una pirámide del dolor para decir simplemente que el cuerpo no se deja apresar absolutamente por la palabra y que las palabras no pueden ser el material con que se levanta el trono de los poderosos. Parificación ontológica que asume al dolor como un punto de partida fenoménico que debe suprimirse inmediatamente mediante dispositivos  de la alegría: esto es mediante la justicia, la solidaridad y la cooperación entre todos los cuerpos, sustrato último de lo antropológico.
 

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sábado, 16 de mayo de 2015

PALABRAS PRONUNCIADAS EN OCASIÓN DE LA PRESENTACIÓN DE MI NUEVO LIBRO DE POEMAS "JARDINES DE HEDONIA. LAS FLORES DE LA PIEL".

El libro es paradójico (o por lo menos yo lo encuentro paradójico porque engloba las tensiones y contradicciones que me constituyen y que no se ven necesariamente en los poemas). Todo el libro tiene un sabor añejo. Por ejemplo, la concepción del amor como pathos que precede a las tempestades sexuales o a los crímenes de los amantes despechados, concepción temática que por lo demás me parece desvaída por haber sido tan intelectualizada, tan psicoanalizada, tan amarillada, que parece constituir un tema demodé, gastado, cursi y acaso reaccionario.
Todo en el libro es viejo, todo está cercado por un desuso que, sin embargo no refiere a la nostalgia, sino más bien que me impele a escudriñar cómo será la virulencia de los amores nuevos, aquellos amores que eran clandestinos y execrados cuando mi sangre estaba encarnada en las rosas rojas y en los ceibales. Mi hipótesis es que debe haber mucho de sorprendente en los nuevos amores y por ello necesariamente deberé rever mi creencia en lo vetusto de estos versos. O siendo más radical aún, aseverar que no existe lo vetusto y más bien todo existe en un caos maravilloso y multiplicador.
Los jardines a los que alude el título han desaparecido porque carecen ya de sentido los rosedales y las glorietas de glicinas. Y otra vez no me siento melancólico porque ello ocurra, y, antes bien, recalo en el pensamiento de que el amor carece ya de escenarios y es capaz de acontecer en los lugares rebeldes que la urgencia de la ganancia no es capaz de capturar en un mundo donde todo lo domina el capital sin sangre. Por eso dejo abierta la posibilidad de que los amores cibernéticos inventen flores digitales y los besos, postergados en la carne real, constituyan un dolor intenso como el que en algún momento dibujan los versos de mi libro.
Hedonia, a su vez, es un no lugar, una utopía, un futuro espacio que habla de los amores que ya se consumieron y de amores que se formulan en nuevos lenguajes amorosos. Creo que allí persisten en potencia las flores de la piel, esas flores que, ahora, los tatuajes remedan con belleza artística y gritan su presencia escandalosa en los cuerpos desnudos modificando concupiscentemente la historia de la carne y del deseo.
Se ve pues, que con todo lo viejo que hay en el libro, estoy muy lejos de creer que se trata de una pieza de museo, es decir de una pieza muerta. Creo que los Jardines de Hedonia están vivos. A veces hay que hurgar hacía adentro para oler el magnífico perfume de las flores de la piel y otras veces hay que dejarse interpelar por un lenguaje que procura restituir el erotismo en un mundo donde las tecnologías del deseo están en condiciones de proveer una parafernalia erótica jamás imaginada. No me cabe duda de que una erótica libertaria ha de ser capaz de proporcionar sensualidad poética a los juguetes sexuales reafirmando en el amor su condición de pathos.

Este libro de temas viejos no está inscripto en la derecha amatoria, es un libro de libertarias propuestas que, en su descreimiento por los principios, aboga por el milagro revolucionario de mutar las cosas. Es un libro de la metamorfosis erótica que está sostenido en la reformulación de Hedonia y en la reformulación del presente: es decir es un libro que no tiene arjé ni telos, y por eso está vivo en la potencia de las flores de la piel. No hay resignación alguna en el libro, antes bien hay una constatación de lo mágico que resulta la pluralidad, la diversidad. Todo el libro es un elogio de la todoposibilidad, incluida la posibilidad de que el pathos amoroso configure la sustancia unitiva de los cuerpos que se buscan con desesperación para saciar en un instante infinito la sed de placer.
(En la foto, a la derecha el Profesor. Hugo Aguilar, autor de un meduloso y generoso prólogo)

 

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