Las cotidianas relaciones entre erotismo y pornografía
Es evidente que el deseo humano muta en los complejos meandros del delta neuronal del cerebro dejando parte de su excitabilidad animal para convertirse en una sofisticada y compleja estructura simbólica de poderosos algoritmos lógicos que ya no pueden ser reducidos meramente a instintivas o biológicas pulsiones desprovistas de un plus de significaciones trascendentes.
Pero la metamorfosis que recarga de sutileza y refinamiento al deseo sexual en el ser humano, no tiene nada que ver con el supuesto dualista-espiritualista de que coexisten en nuestra especie dos naturalezas diversas y aún antagónicas: una sublime, alada, espiritual; la otra material, corpórea, sede de los bajos instintos. Que en el rio de la mente el deseo encuentre artificiales canales que lo conducen a polimorfos resultados (siempre mediados por la materialidad racional de la cultura), no significa hacer concesión alguna a la perversa metafísica de la mítica dualidad que representa a un ser inocente expuesto a las tentaciones oscuras y desestabilizadoras de la carne -aberrante y diabólicamente expuestas en el formato de lo pornográfico- que no hacen sino pervertir el innatismo espiritual de las virtudes humanas. No parece difícil advertir detrás de esta caracterización nacida de un ideario puritano, reaccionario y mojigato una tajante distinción entre el erotismo y la pornografía, que es lo mismo que distinguir entre lo sublime y lo bajo, entre la insinuación y la exhibición obscena, entre el buen gusto y el mal gusto, entre lo delicado y lo grosero. Binariedad artificiosa, sospechosa, insidiosa, ideológica, ascética, celestial que apunta a la descalificación de nuestra animalidad controlada, a la negación de nuestra zoología mesurada.
Pero la metamorfosis que recarga de sutileza y refinamiento al deseo sexual en el ser humano, no tiene nada que ver con el supuesto dualista-espiritualista de que coexisten en nuestra especie dos naturalezas diversas y aún antagónicas: una sublime, alada, espiritual; la otra material, corpórea, sede de los bajos instintos. Que en el rio de la mente el deseo encuentre artificiales canales que lo conducen a polimorfos resultados (siempre mediados por la materialidad racional de la cultura), no significa hacer concesión alguna a la perversa metafísica de la mítica dualidad que representa a un ser inocente expuesto a las tentaciones oscuras y desestabilizadoras de la carne -aberrante y diabólicamente expuestas en el formato de lo pornográfico- que no hacen sino pervertir el innatismo espiritual de las virtudes humanas. No parece difícil advertir detrás de esta caracterización nacida de un ideario puritano, reaccionario y mojigato una tajante distinción entre el erotismo y la pornografía, que es lo mismo que distinguir entre lo sublime y lo bajo, entre la insinuación y la exhibición obscena, entre el buen gusto y el mal gusto, entre lo delicado y lo grosero. Binariedad artificiosa, sospechosa, insidiosa, ideológica, ascética, celestial que apunta a la descalificación de nuestra animalidad controlada, a la negación de nuestra zoología mesurada.
Etiquetas: erotismo, obscenidad, pornografía
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