Cuerpo y palabra.
Las palabras construyen el mundo,
trazan las cuadriculas de lo real y hacen posible el intercambio de ideas. Por
eso la posesión de la palabra resulta tan relevante. Nombrar las cosas nos
adueña de ellas y mientras más límpidamente se pronuncien los nombres, más exclusiva
y hegemónica se torna la posición del emisor. La solidaridad verbal, el
compromiso intelectual están hechos de esta sustancia discursivo-ontológica y
la precisión- elegancia del decir ilustrado opera como un artefacto que aumenta
y potencia el prestigio del enunciador. Quienes detentan la lengua de la
realidad son, naturalmente, los apacentadores del ser y se les reservan los
lugares luminosos para hacer visible a los balbuceantes el esplendor de la
verdad del ser.
Sospecho que más allá de la
palabra sintácticamente perfecta late la carne con su lenguaje orgánico, con su
lenguaje de vísceras. Creo que más acá de la palabra dolor hay algo indecible
que recorre el delta neuronal transportando los heridos residuos de la piel. No
postulo un dualismo ontológico, postulo una realidad corporal que no se deja
atrapar enteramente por la palabra: la ira, el grito, el llanto traducen un
acontecer subterráneo en el que no existen jerarquías, prelaciones,
supremacías.
Inversión radical y
revolucionaria o más alisamiento definitivo de las pirámides jerárquicas del
dolor. Un ligero y leve montaje de una pirámide del dolor para decir
simplemente que el cuerpo no se deja apresar absolutamente por la palabra y que
las palabras no pueden ser el material con que se levanta el trono de los
poderosos. Parificación ontológica que asume al dolor como un punto de partida
fenoménico que debe suprimirse inmediatamente mediante dispositivos de la alegría: esto es mediante la justicia,
la solidaridad y la cooperación entre todos los cuerpos, sustrato último de lo
antropológico.
Etiquetas: cuerpo- palabra-dolor-justicia
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