La Perinola

Como en un juego la vida da y quita. Pero la perinola es accionada por fuerzas absolutamente humanas. Pensar la realidad cotidiana es el objeto de estos apresurados apuntes críticos.

jueves, 9 de diciembre de 2010

La belleza como meta revolucionaria.


El poder es belleza. Desde tiempos inmemoriales el poderoso vinculaba sus apetitos eróticos a las personas más bellas. Más allá de la sociología de la belleza, que describe una miríada de formas de la belleza corporal, parece haber un fuerte consenso alrededor de que algunos caracteres morfológicos y funcionales han sido tenidos por feos. Es a esa fealdad a la que el poder exilió de su jardín de los placeres.
En rigor, la brutalidad que asumieron ciertas biopolíticas a lo largo de la historia humana, nos conmina al recato, porque señalar formas de la fealdad implica acercarse a una línea muy delgada, fácilmente traspasable, que nos conduce al ominoso universo de la discriminación y de la brutalidad irracional.
Pero no deberíamos confundir los planos a la hora de explicarnos los sentimientos que generan en nosotros lo bello y lo feo. La repulsión por lo feo es un aprendizaje social: los valores estéticos vigentes en una sociedad, o en un grupo, determinan aversiones que, en otras sociedades no existen. Es por ello, que hablar de la fealdad (o de la belleza) sin su debida contextualización es ingresar en un terreno de devaneos metafísicos incontrolables.  Se es bello o feo en una determinada cultura. Los antecedentes genéticos que determinan malformaciones físicas o minusvalías mentales deben ser pensados en el marco de otros presupuestos morales, que no puedo considerar aquí.  De todas formas, en general, las sociedades han sido benevolentes con las personas aquejadas de una u otra forma de deformidad: allí se reveló el temple espiritual de las mismas.
La especie humana es la única especie animal que se auto transforma. Las demás especies, según los conocimientos que nos proporcionan las teorías evolucionistas, mutan de acuerdo a ciertos cambios aleatorios en su estructura genética. Ya sea que esto se produzca gradualmente o intempestivamente, lo que resulta indiscutible es que se trata de algo que <le pasa a la especie>, es decir se trata de procesos en los que los individuos pasivamente van acumulando en sus organismos pequeñas mutaciones sin que su participación activa y voluntaria tenga protagonismo alguno. En cambio, el animal humano se cambia a sí mismo. Es muy difícil decir que el humano contemporáneo es idéntico al Hombre de Neanderthal. Y lo que nos distingue de nuestros antepasados, en gran parte ha sido fruto de un proceso de auto evolución, de auto transformación, vinculado a nuestra mayor capacidad de pensamiento que nos permitió acumular conocimientos y concebir biotecnologías que impactaron en nuestra configuración general. 
Los procesos estéticos posibilitados por la tecnología reconfiguran, potenciando, la belleza (entendida como lo hegemónicamente gustado en una época, sociedad o grupo dado). Sabemos que la  masividad y la homogeneidad de la información hacen que lo hegemónicamente bello se confunda con lo natural o esencialmente bello. Lo antropológicamente oneroso (e imperdonable) de tales intervenciones corporales genera diferencias considerables en la belleza (hegemónica) que ostentan unas y otras clases sociales. La fealdad (hegemónica) construida por la injusticia y la exclusión termina siendo otro signo social para marginar y  criminalizar a los sectores de menores recursos que no tienen ni siquiera acceso a la alimentación mínima que requiere el mantenimiento de la salud.
Pero lo cierto es que lo bello no tiene porque ser  esencialmente atacable. Creo que se trata de uno de los errores típicos en que han incurrido los movimientos revolucionarios al identificar lo bello con los sectores dominantes y lo feo con lo popular, tal como lo popular existe en las condiciones inicuas de las sociedades que deben ser transformadas. Pero en la sociedad revolucionaria la belleza hegemónica no tiene porque verse como un déficit, como una pesada cruz que no se puede sacar de encima la élite: la belleza tiene que ser expandida, comunalizada, socializada. Todas las personas tenemos derecho a la belleza en la medida que nuestra especie es capaz de auto-transformarse en generosa magnitud. No se trata de impugnar el modelo de belleza y hacer de lo bello el blanco de ataque por nuestra frustración social, por nuestra lícita indignación por existir en condiciones materiales tan desventajosas. Se trata más bien de construir belleza, de hacer que todos y cada uno de los seres humanos nos acerquemos más y más a los ideales hegemónicos de belleza. Esos ideales que nos hacen sentir mejor con nosotros mismos momentáneamente (finalmente los humanos nos acercamos al goce a través de la brevedad de la existencia), aunque finalmente el tiempo habrá de mostrar que emergerán  otras formas de concebir la belleza en función de transformaciones ideológicas, subjetivas, políticas, humanas, así como de las condiciones tecnológicas para su posibilidad.  


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