Política, felicidad y emancipación.
Abelardo Barra Ruatta
Una visión psico-afectiva de la
felicidad tiene que pensar necesariamente ese estado-búsqueda en estrecha
concomitancia con una sociología de lo
eudemónico, queriendo significar con ello que, tanto el estado emocional
como el estado ontológico poseen un fuerte soporte material de origen
socio-cultural. Cuando llevamos al discurso a las arenas de la economía de la materia, la felicidad
comienza a desplazarse por andariveles políticos. Sin dudas que existe una agonística de la felicidad que lleva a
que cada clase, sector o grupo social, busque apropiarse del mayor quantum de placer y esto no se logra sin
la sustracción o extracción del producido hedónico de los sectores subalternos
en la pirámide social. La felicidad es también algo que debe conquistarse: la
lucha por la felicidad es enteramente aceptable y razonable. Todo es de todos y
no es justo que algunos sectores se apropien excluyentemente de la felicidad relegando
a los otros a la ética sacrificial.
Antropológicamente la felicidad
concomita, de un modo u otro, con todas las actividades del ser humano. De allí
su raigalidad. El goce derivado de las artes, de la comida, de la sexualidad,
del trabajo, deben acoplarse envolventemente a lo que llamamos felicidad para
que alcancen su plenitud antropomórfica. Quiero decir que cuando el trabajo,
por ejemplo, se practica en condiciones de alienación de las potencias
privativamente creadoras del animal humano, su resultante induce
insatisfacción, sufrimiento y desgracia. Otra vez hablo de la poderosa
dimensión política de la felicidad, es decir del carácter relacional que poseen
aquellos soportes materiales o simbólicos de la felicidad. El capitalismo
indujo una mecánica de la felicidad, esto
es una felicidad que se calcula alrededor de la mercancía como epítome de la
ganancia, haciendo que los sujetos alcancen el goce sólo con la apropiación
desmedida e individual de bienes materiales que se vuelven obsoletos debido a
la vorágine productiva que pone en marcha el circuito del beneficio. De tal
manera, esa mecánica de la felicidad acaba induciendo desdicha, angustia e
insatisfacción. La materialidad ontológica de la felicidad es sustituida por el
espectáculo de la felicidad, es decir por una fantasmalidad lábil e
inconsistente. A pesar de esta
corrupción de la felicidad, en el marco
de una sociedad que mecaniza al placer en una línea o cadena de producción, no
podemos dejar de tener en cuenta que desmaterializar a la felicidad guarda una
ominosa congruencia con aquellas posiciones de aristocracia moral que hacen
radicar el acceso a la felicidad en una desposesión abstracta y discursiva de
aquello que se posee real y contundentemente. El poderoso que tiene resuelto su
problema de vivir opulentamente hace alarde de que la felicidad, en rigor,
reside en el despojo de todo lo material y acusa de materialistas morales a
quienes hacen radicar la felicidad en la posesión de aquellos bienes que
contribuyen a alcanzar una vida buena, que consiste simplemente en la
satisfacción de demandas que exceden largamente la consecución de los bienes
más primarios y elementales que hacen posible la subsistencia. La felicidad no
estriba solamente en el vivir sino en la forma que adopta ese vivir. La
subsistencia es una dimensión zoológica, el vivir humanamente supone el goce de
bienes materiales y simbólicos que el arduo y largo trabajo humano puso a
disposición de la humanidad.
La felicidad es una sensación
escurridiza y subjetiva. Si no hacemos consistir la felicidad en un estado
almático o espiritual permanente, el ser humano se agencia de estrategias psicológicas
cuyo apalancamiento no depende siempre de nuestra voluntad. Lo otro y el otro
coadyuvan a definir mi felicidad y lo otro es ajeno a mí en gran medida,
mientras que el otro es un ser libre de quien no puedo disponer a mi antojo
como si se tratara de un esclavo hedónico. Esto determina la existencia de una ética de la felicidad que no radica en
la felicidad que se vive aisladamente o a costa del sufrimiento ajeno: se trata
de la felicidad que emerge del compartir empáticamente.
La felicidad como sensación, como
fluir emocional, esto es, como un estado psico-afectivo, constituye sin dudas
un anhelo antropológico primario, porque allí la felicidad se definiría como
una ecuación resultante del acercamiento al placer y como fuga del dolor. Yo
diría que en ello radica la aptitud
material de la felicidad.
En cambio, la felicidad como
estado espiritual, es lo que los filósofos han tematizado como el núcleo de la
problemática que nos ocupa. Se ha identificado este estado espiritual con el sumo bien. Las concepciones filosóficas
hegemónicas del Occidente han identificado ese sumo bien como una organización
ontológica que hace coincidir a la felicidad con la cercanía a lo almático y
con el consiguiente distanciamiento de la sensoriedad. Con bases en esta
organización del ser se establecía una jerarquización que ponía en el vértice a
la felicidad que se deriva de la sabiduría, esto es, de las virtudes del
intelecto. También se estimaba la virtud del heroísmo como una instancia dadora
de felicidad y era una virtud vinculada a la fortaleza, la valentía y el honor.
Y finalmente se admitía una variante de la concupiscencia que estaba limitada
por reconvenciones espirituales que condenaban la entrega desenfrenada al
placer: en todo caso se daba lugar al goce de pequeños placeres, medidos,
mesurados, acordes con un alma apetitiva virtuosa.
No muy distante a este esquema
greco-romano, el Cristianismo identifica la felicidad con la beatitud,
implicando, por cierto, un abandono de los placeres terrenales y un
direccionamiento del alma hacia una
espiritualidad despojada de todo aliento terrenal.
Lejos de poder trazar un cuadro
circunstanciado de lo que las éticas trascendentalistas han tenido por lo que
debe entenderse por felicidad, sólo he querido mostrar el profundo contenido
material y político que posee la felicidad. Se puede decir que la conquista de
la felicidad coincide con la emancipación efectiva del género humano respeto de
ataduras materiales y morales.
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