PALABRAS PRONUNCIADAS EN OCASIÓN DE LA PRESENTACIÓN DE MI NUEVO LIBRO DE POEMAS "JARDINES DE HEDONIA. LAS FLORES DE LA PIEL".
El libro es paradójico (o por lo menos yo lo encuentro
paradójico porque engloba las tensiones y contradicciones que me constituyen y
que no se ven necesariamente en los poemas). Todo el libro tiene un sabor
añejo. Por ejemplo, la concepción del amor como pathos que precede a las
tempestades sexuales o a los crímenes de los amantes despechados, concepción
temática que por lo demás me parece desvaída por haber sido tan intelectualizada,
tan psicoanalizada, tan amarillada, que parece constituir un tema demodé,
gastado, cursi y acaso reaccionario.
Todo en el libro es viejo, todo está cercado por un desuso
que, sin embargo no refiere a la nostalgia, sino más bien que me impele a
escudriñar cómo será la virulencia de los amores nuevos, aquellos amores que
eran clandestinos y execrados cuando mi sangre estaba encarnada en las rosas
rojas y en los ceibales. Mi hipótesis es que debe haber mucho de sorprendente
en los nuevos amores y por ello necesariamente deberé rever mi creencia en lo
vetusto de estos versos. O siendo más radical aún, aseverar que no existe lo
vetusto y más bien todo existe en un caos maravilloso y multiplicador.
Los jardines a los que alude el título han desaparecido
porque carecen ya de sentido los rosedales y las glorietas de glicinas. Y otra
vez no me siento melancólico porque ello ocurra, y, antes bien, recalo en el
pensamiento de que el amor carece ya de escenarios y es capaz de acontecer en
los lugares rebeldes que la urgencia de la ganancia no es capaz de capturar en un
mundo donde todo lo domina el capital sin sangre. Por eso dejo abierta la
posibilidad de que los amores cibernéticos inventen flores digitales y los
besos, postergados en la carne real, constituyan un dolor intenso como el que
en algún momento dibujan los versos de mi libro.
Hedonia, a su vez, es un no lugar, una utopía, un futuro
espacio que habla de los amores que ya se consumieron y de amores que se
formulan en nuevos lenguajes amorosos. Creo que allí persisten en potencia las
flores de la piel, esas flores que, ahora, los tatuajes remedan con belleza
artística y gritan su presencia escandalosa en los cuerpos desnudos modificando
concupiscentemente la historia de la carne y del deseo.
Se ve pues, que con todo lo viejo que hay en el libro, estoy
muy lejos de creer que se trata de una pieza de museo, es decir de una pieza
muerta. Creo que los Jardines de Hedonia están vivos. A veces hay que hurgar hacía
adentro para oler el magnífico perfume de las flores de la piel y otras veces hay
que dejarse interpelar por un lenguaje que procura restituir el erotismo en un
mundo donde las tecnologías del deseo están en condiciones de proveer una
parafernalia erótica jamás imaginada. No me cabe duda de que una erótica
libertaria ha de ser capaz de proporcionar sensualidad poética a los juguetes
sexuales reafirmando en el amor su condición de pathos.
Este libro de temas viejos no está inscripto en la derecha
amatoria, es un libro de libertarias propuestas que, en su descreimiento por
los principios, aboga por el milagro revolucionario de mutar las cosas. Es un
libro de la metamorfosis erótica que está sostenido en la reformulación de
Hedonia y en la reformulación del presente: es decir es un libro que no tiene arjé ni telos, y por eso está vivo en la potencia de las flores de la piel.
No hay resignación alguna en el libro, antes bien hay una constatación de lo
mágico que resulta la pluralidad, la diversidad. Todo el libro es un elogio de
la todoposibilidad, incluida la posibilidad de que el pathos amoroso configure la sustancia unitiva de los cuerpos que se
buscan con desesperación para saciar en un instante infinito la sed de placer.
(En la foto, a la derecha el Profesor. Hugo Aguilar, autor de un meduloso y generoso prólogo)
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