Heurística de la prostitución.(otra versión)

El mapa de las aberraciones que
traza el poder pastoral se encarna potentemente en los cuerpos: la incursión
por esas tierras anómalas se convirtió en un verdadero tabú. La normalización (angelización
montada paradójicamente en la genitalidad burdamente animal) de la sexualidad
volvió monótona y aburrida su práctica. Al amparo de la hipocresía social (siempre
tolerante a escondidas con las desviaciones), el cuerpo sagrado de la
prostituta guarda en su memoria sensual la memoria del pacato sexo monógamo y
sus aburridos protocolos que prescribían-prohibían posiciones, fervores, gemidos y expresiones
soeces. La prostituta es el ángel rojo de la libertad. Dimanan de sus licencias
creaciones proliferantes. Por ello, los creadores (políticos, científicos,
artísticos, etc.)[1]
han apelado a la heurística de la prostituta, a su capacidad de invención, a su
frescura, a su irreverente monstruosidad. Prostituta es el epítome de la
libertad. No se trata de una necesaria referencia a quien “vende” su cuerpo,
sino más bien una alusión a quienes tienen la bendita osadía de deconstruir
normalidades. No en vano el (pobre) lenguaje
de la intimidad de los amantes registra el término puta como un
precipitante erótico.
Atesora la prostituta enciclopedias de la
piel, voluminosos tratados que nunca han sido escritos y que, sin embargo, reproducen
la sabiduría privada de quienes desnudan la piel y el alma en el camastro de la
entrega confidencial. Como verdaderas pitonisas del deseo, las hetairas huyen
del destino reproductivo para ingresar a la compleja creación del placer. Mece
la invención artística en sus pechos generosos y en la diagonal púbica. La
ciencia formula sus hipótesis al amparo del eterno instante en que su dulce
profesionalismo se escabulle del circuito bastardo de la ganancia capitalista.
Compañera insobornable de la
angustia y los fracasos. Acoge el dolor y lo transmuta en risa. El aroma profano
del tabaco y el whisky se recrea litúrgico y sagrado al pie de su desnudez de virgen
pecaminosa. Su amor, multiplicado escandalosamente, suaviza las heridas y
reacomoda la subjetividad. Psicóloga de los humores venéreos, arquitecta de la
carnalidad, abogada de las infidelidades, economista del gasto improductivo,
poetisa del placer y de las redenciones. Calificaciones que no agotan su
potencia erótica y sus modulaciones orgiásticas, su poderío heurístico, su
humanidad duplicada, su avenida revolucionaria.
[1]
Quitando la inexcusable barbarie con que actuó el brutal conquistador de Abya
Yala, hay que admitir que el psiquismo de esos castrados sexuales se vio sacudido
ante la sabiduría libidinosa de otras etnias y culturas en las cuales el erotismo
sexual formaba parte de la vida cotidiana como un ingrediente de goce y
hedonismo.
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