Antropología de la corporeidad: el animal que calza (29)
El taco aguja contra la impostura de la guerra.
Los años de la guerra impusieron un límite incondicional al
desarrollo de la sensual creación del calzado femenino. El horror de la lucha
por la hegemonía del poder económico mundial desactivó la “banalidad” de la
moda. El calzado se volvió pesado, fuerte, tosco, repetido, aburrido. ¿Quién
podía pensar en el calzado mientras en los frentes de lucha millones de humanos
se inmolaban en pos de ¿qué? (estaba por caer en la grandilocuencia de
abstracciones tales como patria, nación, civilización, libertad, historia,
estirpe, etc.)? La incondicionalidad de la guerra, su monstruosa compulsión, su
arrebato de la dignidad humana, constituían la prioridad absoluta. Todo se
relegaba a la “dignidad” de su objetivo o finalidad. Pero en todos los órdenes
de la vida latía saludable el rechazo a la barbarie: ¿quién podía dudar que el
amor y la belleza no se rinden ante la violencia, el odio y la fealdad? La
creación del taco aguja es la reacción contra el cepo inmovilizador de todo
vuelo estético en el campo del calzado. Es la necesidad de elevarse del
sangriento suelo, es la necesidad de tomar distancia respecto de la atrocidad y
de la demencia. ¡Elevarse, volar,
entregarse al sueño sensual de la belleza! Soterrado en las trincheras, el
sueño del taco aguja, implicaba una apuesta voluptuosa al sentido amoroso de la
existencia. El vuelo del pie no es el
olvido cínico de una realidad ominosa cargada de sangre. Es lanzarse a la pasarela hedónica rechazando
fetiches enmascaradores de las ambiciones nacionales representadas por sus embaucadores
líderes. Es el reencuentro lúdico con lo estético. Un ponerse a pensar la
transformación de la realidad transformando aún el modo de embellecer nuestro
apoyo en la realidad.
Etiquetas: creatividad, estética, guerra, taco aguja
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