LAS NORMAS ESTÉTICAS.
Nuestra identidad es un
constructo. El capital genético es apenas una estructura muda. Lo que nos hace humano es el interactuar con el
otro. Cuando decimos “yo no soy sólo este cuerpo” estamos diciendo una verdad
radicalmente ambigua, porque en rigor, somos la cultura que interpreta a ese
cuerpo. Dicho de otro modo, lo que somos excede largamente la corporeidad, pero
eso que somos es corpóreo o material también: es la interacción con el otro que
se verifica inevitablemente en la empiricidad física o simbólica. Lo que
llamamos espiritual no es sino acomodamientos de pensamientos que se producen
al amparo de nuestra complejísima biología.
Si por “cuerpo” entendemos la
vida psíquica (espiritual) y la estructura endeble de la carne que nos
singulariza como especie animal, podemos, también en la ambigüedad, decir que “yo
soy este cuerpo”. Cuando en la complejidad los discursos delimitan, ponderan y
jerarquizan modelos corporales, nuestro cuerpo puede o no estar dentro de esos
arbitrarios paradigmas.
En rigor, nuestra existencia
socio-política, supone esa adaptación conflictiva a los modelos hegemónicos.
Sentirnos enjuiciados por nuestra fenomenología corporal es el precio de
nuestra condición humana. Todo es digno de su supresión: los paradigmas deben
ser destruidos por la vida que es dinamismo y fluidez. Pero en tanto no
destruyamos los paradigmas excluyentes el acercamiento a la norma consagrada
determina el grado de nuestra satisfacción hedónica en el mundo.
Que la belleza es una
construcción caprichosa no podemos negarlo, pero tampoco negar que la adecuación
o acercamiento a la norma hegemónica de la belleza constituye una poderosa
fuerza de satisfacción o frustración emocional-existencial.
Etiquetas: belleza hegemónica, cuerpo, frustración, goce, política
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