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jueves, 29 de enero de 2015
El “pecado” de la carne.
La cultura ha hecho de nosotros
seres eróticos. No existe el erotismo de la carne si no interviene ese poderoso
modelador llamado deseo y su compañera incondicional de desenfrenos amorosos,
la fantasía. Quiero decir que el continente biológico configura un sustrato
estructural donde se yergue el lujurioso constructo del símbolo cultural.
Aquello de que la cultura no puede construir el suelo deseable de la carne es,
por cierto, una verdad a medias. Las tecnologías de la sensualidad suplen estéticamente
aquello que natura no ha prestado.
La voluptuosidad de la carne, el “pecado”
condenatorio de la lubricidad existen merced a códigos sancionatorios y a
incentivos hedónicos. No hay pecado en la intimidad sexual de los animales
(seres a los que indudablemente pertenecemos como especie): el “pecado” lo
introduce la sed lujuriosa, la debilidad ante la carne, el apetito
concupiscente.
La carne es irresistible. No en
vano el anacoreta se aísla del mundo para evitar la tentación más poderosa, la
de la piel. El monje se flagela para negar el llamado inapelable del deseo
carnal. Aunque pareciera que describo la conducta de un ser “primitivo” o “infantil”
ante la contundencia del cuerpo, lo cierto es que no existe el acostumbramiento
anonadador ante la patencia de la desnudez. Aquellos que trabajan con sus
cuerpos desnudos no controlan el escozor erótico e incurren en el “pecado”
lujurioso.
¿Ello determina una invariancia
ontológica que contradice lo que acabo de afirmar en cuanto a la historicidad
cultural del erotismo? La respuesta es negativa, porque el erotismo adopta
formas cambiantes, novedosas, plásticas. No hay remate erótico porque éste jamás
adquirirá la fijeza de la biología, más allá de que las biotecnologías, aquellas
tecnologías que intiman inteligentemente con la carne, seguramente intervendrán
en la forma biológica de la sexualidad haciendo que tampoco exista remate en la
dimensión zoológica. La Mutación, el cambio, la transformación es la única
regla.
jueves, 8 de enero de 2015
La institucionalidad religiosa y
el terror.
Cuando dios deja de ser una
sustancia unitiva que todo lo religa amorosamente y se organiza en un cuerpo
que remata en la visibilidad indiscutible de una cabeza que ordena y regula lo
que ahora pasa a definirse como un caos místico (la vinculación cara a cara con todos
los órdenes de lo real), estamos ante el terror de la institución. La amalgama
amorosa, homogénea e indiscernible se transforma en una organización perfecta
donde todo queda delimitado de manera divina e intocable. El terror religioso
deviene de esa cesión de lo divino, que en todos y en todo late, en la cabeza
rectora del mediador sagrado. La violencia está incoada en esa
institucionalidad racional, piramidal, autoritaria, discriminante, vertical.
Etiquetas: caos amoroso, institucionalidad, terror religioso, verticalismo
martes, 6 de enero de 2015
LAS NORMAS ESTÉTICAS.
Nuestra identidad es un
constructo. El capital genético es apenas una estructura muda. Lo que nos hace humano es el interactuar con el
otro. Cuando decimos “yo no soy sólo este cuerpo” estamos diciendo una verdad
radicalmente ambigua, porque en rigor, somos la cultura que interpreta a ese
cuerpo. Dicho de otro modo, lo que somos excede largamente la corporeidad, pero
eso que somos es corpóreo o material también: es la interacción con el otro que
se verifica inevitablemente en la empiricidad física o simbólica. Lo que
llamamos espiritual no es sino acomodamientos de pensamientos que se producen
al amparo de nuestra complejísima biología.
Si por “cuerpo” entendemos la
vida psíquica (espiritual) y la estructura endeble de la carne que nos
singulariza como especie animal, podemos, también en la ambigüedad, decir que “yo
soy este cuerpo”. Cuando en la complejidad los discursos delimitan, ponderan y
jerarquizan modelos corporales, nuestro cuerpo puede o no estar dentro de esos
arbitrarios paradigmas.
En rigor, nuestra existencia
socio-política, supone esa adaptación conflictiva a los modelos hegemónicos.
Sentirnos enjuiciados por nuestra fenomenología corporal es el precio de
nuestra condición humana. Todo es digno de su supresión: los paradigmas deben
ser destruidos por la vida que es dinamismo y fluidez. Pero en tanto no
destruyamos los paradigmas excluyentes el acercamiento a la norma consagrada
determina el grado de nuestra satisfacción hedónica en el mundo.
Que la belleza es una
construcción caprichosa no podemos negarlo, pero tampoco negar que la adecuación
o acercamiento a la norma hegemónica de la belleza constituye una poderosa
fuerza de satisfacción o frustración emocional-existencial.
Etiquetas: belleza hegemónica, cuerpo, frustración, goce, política
lunes, 5 de enero de 2015
NI SACRIFICIO NI DOLOR. LA
REVOLUCIÓN AHORA.
En nombre del progresismo político
y moral se advierten muchas imposturas. Grandes teorías de constituyen el
amparo de concepciones abstractas sin el más mínimo contacto con la realidad
del obrar humano. La suposición de escenarios superadores en estadios
históricos futuros satisface a los teóricos en sus filántropos vuelos
conceptuales. Sus conciencias se tranquilizan en las gratuitas utopías. “Llegará
el día en que….” conforma infinitas posibilidades de mundos mejores que nos
gratifican con su bella arquitectura amorosa. Pero el problema es el hoy que en
sus múltiples conjugaciones demarca un mundo lleno de decisiones ontológicas
difíciles de erradicar empíricamente. Quizás sea tiempo de congraciarnos
con lo que es y trabajar sobre su
palpitante consistencia. Congraciarnos no supone la aceptación definitiva de la
realidad, sino que alude a la convivencia activa con la realidad tal cual ella
es. No se me escapa que “la realidad tal cual ella es” es un constructo histórico,
socio-cultural, que lleva las densas marcas del poder hegemónico. Pero ello no
debe hacernos olvidar que nuestra inserción revolucionaria en la realidad debe
hacerse en “la realidad tal cual ella
es”, porque las chances de operar sobre ella transformadoramente se
acrecientan. La adhesión a “la realidad tal cual ella es”, sea que se ha
obtenido por la inducción perversa de una élite perversa o que se ha
consolidado por la aquiescencia científica proporcionada por la educación, es
un dato poderoso que debe ser tenido en cuenta. Queremos revolucionar el mundo
conservando gran parte de lo conquistado por los sectores más poderosos. No se
trata de regresar al pasado ni de recalar en una suerte de pobreza exculpatoria
o salvífica.
Habrá tiempo para explorar en la
empiricidad y desechar aquello que no conduce a nada. Pero mientras tanto
quiero una revolución que involucre mi existencia actual. El discurso de la
ética que prescribe la dilación del goce y la promesa del mismo para las
generaciones por venir es absolutamente reaccionario: es orgánico a los
poderosos y conspira contra la voluntad revolucionario al conminarnos al
sacrificio. NI sacrificio ni dolor, la vida debe ser gozada ahora y aquí por
todos y cada uno de los individuos que conforman la especie humana.
Etiquetas: revolución. transción revolucionaria. lógica sacrificial. goce.